Learning by Doing: la metodología orientada a la acción

07/10/2020
Learning Tips

A lo largo de la historia se han desarrollado metodologías muy variadas en el ámbito de la enseñanza para facilitar el aprendizaje de las personas. El enfoque clásico ha sido el de las clases magistrales: el profesorado expone sus conocimientos y es el alumnado el que tiene que tomar nota, organizarse los temas como considere oportuno, memorizarlos sin más y luego ser capaz de repetirlos con toda la precisión que pueda el día del examen. Este sistema puede ser más o menos efectivo para superar una prueba puntual, pero la experiencia nos dice que, en la formación continua, no es ni mucho menos la mejor.

El principal problema que tiene este método es que raramente logra motivar a las personas, convertidas en poco más que un sujeto pasivo que se limita a escuchar al docente. Si hay suerte y el profesorado es bueno, puede funcionar, pero cuántas veces te habrás encontrado con expertos en su campo con habilidades nulas para la comunicación que se aburren a sí mismos a medida que hablan. Por ese motivo se intentan desarrollar nuevas estrategias para tratar de implicar más al alumnado y que se sienta partícipe del proceso. En este sentido surge el concepto de “Learning by doing”, es decir, “aprender haciendo”.

Aunque la idea ya tiene su tiempo (se le puede atribuir al filósofo y pedagogo estadounidense John Dewey, que la empezó a plantear hace ya más de un siglo) sigue considerándose plenamente vigente porque su eficacia está más que contrastada.

Hablamos de una metodología orientada a la acción, es decir, en la que la práctica, la actividad tangible, se impone a la teoría. Se trata de involucrarse en un contexto real y concreto en el que los conocimientos que se adquieren tienen una utilidad demostrable. Estamos basándonos en la premisa de que quien se lanza a aprender algo, por ejemplo, un idioma, lo hace por alguna razón concreta, por lo que obtener resultados es la motivación fundamental para ello.

En qué consiste y qué beneficios aporta el “learning by doing”

El punto de partida de este sistema es un concepto bastante sencillo: el del ensayo y error. Con la información que se le proporciona, la persona va haciendo pruebas hasta que, por sí misma (aunque guiada por el profesorado), es capaz de descubrir cuál es la manera adecuada de hacer las cosas en un contexto determinado. De esta manera percibirá que lo que le está contando realmente vale para algo, se sentirá satisfecha consigo mismo y le picará la curiosidad para continuar avanzando.

Así, además, se contribuye a reducir los efectos de lo que algunos teóricos de la educación llaman “curva del olvido”. De este fenómeno ya habló el psicólogo alemán Hermann Ebinghaus a finales del siglo XIX; el investigador hizo cálculos sobre el tiempo que tardan los datos aprendidos en desaparecer de la memoria y llegó a la conclusión de que, entre otros factores (incluyendo el estrés o el nivel de sueño), el más importante es el tipo de información de la que se trate y la forma en que esté representada.

Si se trata de material sin sentido aparente o muy abstracto, la pendiente será muy pronunciada, lo que significa que lo retendremos poco tiempo. Sin embargo, aplicando los conocimientos adquiridos al mundo real se consigue que se transformen en algo más concreto, que la mente tenderá a retener ante la perspectiva de seguir necesitándolo en el futuro.

Este modelo de aprendizaje, eminentemente participativo, tiene también otras ventajas de tipo más social. Al dar a tu equipo la capacidad de tomar sus propias decisiones para resolver tareas con los conocimientos que ha adquirido, fomentas el liderazgo, el crecimiento personal y la innovación. Además, suele desarrollarse como una forma de trabajo en equipo, lo que ayuda a que haya más compañerismo en el entorno.

Cómo funciona el “learning by doing”
La estructura de la adquisición de conocimiento mediante “learning by doing” consiste habitualmente en plantear acciones que las personas participantes deben completar de forma grupal; una vez realizadas, se analizan los resultados obtenidos para determinar su eficacia y su impacto, de manera que se extraen conclusiones aplicables en ocasiones futuras. Suele seguirse un orden constante:

  • Presentación del problema.
  • Desarrollo de ideas individuales.
  • Puesta en común en grupo.
  • Debate para valorar estas ideas.
  • Decidir entre todos cuál podría funcionar.
  • Aplicación práctica.

Las claves, por tanto, están en la reflexión conjunta de las participantes y el profesorado, que permite desarrollar nuevas ideas, y en la experimentación para pasarlas al mundo real. La labor del profesorado, más que inculcar contenidos, es orientar y guiar para que cada participante en la dinámica desarrolle sus propias habilidades y aptitudes.

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La metodología del “learning by doing”, por sus características, puede utilizarse en ámbitos educativos variados: tanto en entornos académicos más formales (escuelas, universidades, etcétera) como en empresas que busquen mejorar las competencias profesionales de su equipo. Conocimientos de todo tipo pueden transmitirse con solvencia enseñándolos de esta manera.

En cualquier caso, es un sistema recomendable para estructuras corporativas que pretendan alejarse del modelo jerárquico piramidal tradicional y apuesten por la innovación buscando una metodología de trabajo más horizontal, basada en patrones de creatividad y desarrollo intento de talento. Se debe recordar que el proceso implica colaborar en equipo y desarrollar en común soluciones a los problemas, por lo que el compañerismo y la solidaridad se convierten en valores primordiales, mucho más que la obediencia ciega.

En definitiva, una formación de tipo “learning by doing”, como la que utilizamos en Ziggurat para enseñar idiomas a nivel profesional, no solo constituye un cambio significativo con respecto a otros métodos más usados  y que, en ocasiones, el alumnado rechaza por tediosos. Y es que el «learning by doing» garantiza más eficacia y un rendimiento real con resultados medibles y comprobables desde el primer momento.

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